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Entrevista a la médico especialista en psiquiatría Marta Fernández.
Seguramente durante el confinamiento, tras pasar muchas más horas juntos padres e hijos, han surgido momentos de mayor tensión, enfados o rabietas. Las cuales siguen y seguirán estando aunque hayamos pasado ya esa situación.
¿Qué son las rabietas?
Para comenzar hay que aclarar que el enfado es un sentimiento y no hay que negar su existencia, omitirlo o invalidarlo. Al igual que una persona se siente feliz, triste, sorprendida… también siente enfado y hay que aceptarlo. Entonces ganaremos mucho si aceptamos que los niños también se enfadan y es normal.
El problema surge en qué hacemos con ese enfado, cómo lo gestionamos. Los niños desconocen qué tienen que hacer con ese sentimiento que se engloba dentro de los sentimientos negativos (porque nos hace sentir mal). Por tanto, al igual que los adultos somos responsables de que aprendan a andar, a comer solos, a atarse los cordones… también nos toca enseñarles a gestionar sus emociones.
Por tanto, cuando surge una situación de rabieta o enfado, lo primero que hay que hacer es identificarlo y ayudar al niño a ponerle nombre a eso tan desagradable que está notando en su cuerpo y su mente. Por tanto, si es muy pequeño habrá que explicarle que «eso» es estar enfadado. Podemos decirle: parece que estás muy enfadado. Cuando son mayores ya sabrán identificar que están enfadados y podemos ir al siguiente paso.
¿Qué podemos hacer para ayudarlos?
Eso no va a eliminar el enfado por supuesto, pero a partir de ahí ya podemos empezar con otras estrategias. Por ejemplo, debemos darle la opción a que nos explique por qué está enfadado, para ello si el niño es pequeño nos acercaremos a él y nos pondremos a su altura cara a cara para preguntarle ¿qué te enfada tanto?. El hecho de poder explicar lo que nos enfada suele tener efecto de catarsis, parte de esa sensación negativa se puede aliviar parcialmente. A veces el niño no querrá o no podrá explicarlo (a veces ni lo saben identificar) y en ese caso seguirá llorando o pataleando y en ese caso es recomendable ayudarlos a calmarse, usando un tono de voz moderado y calmado (haz lo que quieres que ellos hagan) ya que si perdemos los papeles y gritamos él gritará más. A la vez que le hablamos trataremos de acariciarlo y decirle que eso tan malo que nota se le va a pasar. Es recomendable también usar mensajes cortos y claros, no perdernos en una retahíla de explicaciones complejas que el niño ni va a entender ni en ese momento puede escuchar. Con niños más mayores que ya tienen más capacidad para autoregularse emocionalmente puede que continúen manteniendo esta actitud para conseguir un fin, en ese caso se le explicará, en tono calmado, que cuando esté más tranquilo podemos hablar o ahora mismo tan alterado no podemos hablar, cuando te calmes te escucho. Es importante limitar la comunicación y/o negociaciones cuando el niño está en plena crisis de llanto o rabieta, entonces habrá que hablar qué le ha enfadado, qué le hubiera gustado y qué propone para solucionarlo. Hablamos, claro está, de niños con más edad.
¿Hay alguna manera de prevenir o minimizar una pataleta?
También sirve identificar aquellas situaciones que van a frustrar a un niño, y a veces si nos ponemos en su situación podremos entender mejor por qué están actuando cómo lo hacen. Pongo un ejemplo: si estamos en una reunión tres personas y dos de ellas hablan sobre un tema que les interesa a ambos y que comparten, la tercera persona no estará incluida, comenzará a sentirse ajena a la conversación, aburrida, etc. Pensemos que esta tercera persona es un niño, que no comparte interés por el tema del que está hablando su padre con otra persona. Comenzará a inquietarse, a aburrirse y empezará a intentar que su padre o alguien le haga caso, de alguna manera entrar en la conversación aunque sea para ser reñido. Eso se puede prever y anticipar explicando esto: vamos a ir a ver a un amigo de papá, mientras hablo con él tu puedes jugar con tu coche. También hacerles ver que después habrá tiempo para él ¡a los niños les encanta compartir tiempo con sus padres! así que se puede acordar que cuando termine de hablar con su amigo irán al parque a jugar juntos con la pelota. De esta manera el niño tiene una motivación para “portarse bien”.
¿Entonces mejor prevenir?
Todos los seres humanos mantenemos unas conductas u otras en función de las consecuencias: si robo puedo ir a la cárcel, voy a trabajar porque me reporta dinero, etc. Pero siempre debemos saber previamente esas consecuencias, esas leyes o normas. Antes de entrar en una biblioteca hay carteles que nos advierten que hay que guardar silencio, antes de entrar en un museo nos avisan si se puede o no hacer fotos, antes de entrar en un hospital hay un prohibido fumar. Con el tiempo automatizamos estas normas, pero los niños todavía no las saben y hay que recordárselas antes. Pues sirve de mucho que les expliquemos qué se puede y qué no se puede hacer. Intentaremos no usar conceptos tan amplios como “portarse bien o portarse mal”, es mejor especificar “si te quedas jugando tranquilo mientras yo hablo con mi amigo, después jugamos tú y yo a la pelota”. Así sabrá lo que esperamos de él y tendrá una motivación para hacerlo, siempre será más recomendable usar la motivación que el castigo y, aunque es un tema controvertido con diversidad de opiniones, los profesionales recomendamos que el uso del castigo físico (el cate de toda la vida) se restrinja únicamente a situaciones en las que el niño se vaya a poner o se haya puesto en peligro. Si se abusa de esta opción, que puede ser en determinados momentos eficaz, el niño va a tener la violencia como algo habitual en su vida.
¿Es difícil solucionar una rabieta?
Todo esto es la teoría, en la práctica cuando los adultos estamos sometidos al estrés diario (trabajo, dinero, horarios, etc) resulta difícil pensar y actuar en lugar de actuar y después pensar. Por lo general nos contagiamos del enfado del niño, y nos enfadamos porque él está enfadado. Si logramos parar, identificar, pensar y mantener nosotros la calma podremos enseñarles cómo se hace para volver a la calma.
Comprenderlos y ayudarlos
Tenemos que pensar que los niños no nacen sabiendo hacer las cosas, tenemos que enseñarles nosotros y que según nuestra actitud podemos mejorar muchas situaciones o sin quererlo emperorarlas y prolongarlas. La actitud que adopta el adulto frente a las conductas del niño va a ser decisiva en determinar qué tipo de relación se va a establecer entre ambos, en la Escuela de Padres que hacíamos desde salud mental recomendábamos el uso de unas gafas imaginarias con un cristal color rosa, para poder ver a los hijos con otra perspectiva y huir del enfado continuo, estableciendo así un estilo de crianza positivo. Porque hay muchas cosas que los niños no hacen como queremos los adultos, (al igual que muchos adultos tampoco hacen las cosas como nos gustaría a otros adultos) pero seguro que a lo largo de un día los niños hacen muchas cosas bien y hay que fijarse en esas también. Hay un ejercicio que es fantástico el poder que tiene y lo recomendamos a muchos padres: a lo largo del día observa una conducta buena de tu hijo, por la noche cuando vayas a arroparlo a la cama recuérdale esa conducta y lo mucho que te ha gustado “me ha encantado que le prestaras el cuento a tu hermana». Muchos niños se sorprenden ante esto y lo que conseguimos es que sepan que nos fijamos mucho cuando hacen algo “bueno”.